"Alexis Soyer"
barcelona
crítica
Hedonistas
Rafa Peña
restaurante
Gresca, una irregular primera toma de contacto
El Eixample barcelonés lleva tantos años concentrando una oferta gastronómica diversa e interesante, que ha logrado posicionar a este barrio como una de las grandes Mecas de peregrinación culinaria. Diría que de esas pocas que todo amante de la buena mesa ha de visitar con cierta frecuencia sea de donde sea, debido a que aquí de vez en cuando se encuentra aquello que tan solo alcanzan unos pocos: vanguardia. En mi caso he de reconocer que siempre que tengo oportunidad, dejo caerme por allí para disfrutar (nunca mejor dicho) de los locales que más interés me generan. Y Gresca sin duda, pertenecía a este club.
Dos espacios son los que conforman la propuesta de este céntrico restaurante ubicado en la carrer de Provença. Ambos se nutren de una cocina vista que se encuentra al fondo del local y de una bodega francamente interesante que se hace fuerte en la oferta de vinos naturales. A la izquierda tienen la propuesta más informal: taburetes altos, mesas sin mantel y una carta de tapas con guiños a la carta de la zona derecha dónde está el gastronómico. Es allí donde decidí probar suerte en esta primera toma de contacto.
Estrecho, sencillo y con apenas 9 mesas. Hoy por hoy encontrar un local como este, que escapa a modas y grandes estudios de interiorismo, me llega a resultar hasta raro. Siempre he sido de los que prefieren ver argumentos en el plato antes que en el ambiente y la decoración, por eso mismo me fue imposible no sentirme cómodo a lo largo de una comida en la que cabe destacar con firmeza un magnífico y jóven servicio. Amabilidad, simpatía y formal cercanía hacia el comensal. Valores suplementados por una sumillería que en mi caso acertó de lleno con el Sicus Xarel·lo Brisat del 2016 que nos acompañó a lo largo de la comida a excepción de la carne la cual maridamos con el correcto tinto de la misma bodega (Sicus Sumoll ¿2015?). Los vinos naturales, esos que tenemos tan demonizados la mayoría, volvieron a demostrarme aquí que tienen mucho que decir.
Entre el menú corto, largo y una especie de menú ejecutivo o del día que ofrecen entre semana, decidí en esta ocasión aventurarme en el segundo para ver con mayor amplitud la cocina que allí ejecuta Rafa Peña junto a su equipo. Cocina visualmente delicada, de pocos ingredientes, sin guarniciones y con productos más que correctos. Un estilo muy noreuropeo que se saldó con platos de resultado muy irregular que transmitieron sensaciones dispares. De pases francamente sabrosos e incluso me atrevería a decir que fantásticos, probé otros faltos de equilibrio y rozando lo anodino como un lomo de sardina macerada que solo sabía a soja, una andouillette carente de sabor y sobrada de grasa, y un pato guisado bastante seco que iba acompañado por un gran fondo (¡Lástima!). Esto fue lo peor de una comida que a parte de un acertado rodaballo, dejó platos redondos que personalmente me animan a volver como mínimo para visitar el bar.
Y es que más allá de una rica galleta de parmesano con la que empiezas el degustación, he de destacar una sensacional ensalada de remolacha que gozaba de una textura y dulzor poco frecuentes, un caldo dashi que elevaba el plato de chipirones a otro nivel; y una tortilla y bikini que a pesar de su aparente simplicidad, guardaban un sabor incontestable e indudablemente delicioso dentro de este divertido formato. La felicidad prosiguió en materia de postres donde también hubo acierto con un refrescante y diferente casís con sake y un nada empalagoso chocolate espaciado que hace despedir la experiencia con ese gusto dulce con el que creo que a todos nos gusta acabar y que por desgracia no siempre terminamos por encontrar en la repostería de muchos restaurantes gastronómicos.
El detalle de poder elegir la carne y un ticket que superaba por poco los noventa euros por persona, son otros alicientes para volver y recomendar este restaurante. Eso si, siempre con precaución para no generar demasiadas expectativas sobre un restaurante que creo que juega su propia liga sin mirar a nada ni a nadie. En mi humilde opinión, creo que la gran admiración que ha suscitado en personajes relevantes en esto de lo gastro, no se corresponde ni mucho menos con la experiencia real de un comensal cotidiano como yo. Pero como considero que para valorar un sitio como Gresca, al menos debo visitarlo un par de veces ... ¡Volveré!
c/ Provença, 230 - Barcelona
934 51 61 93
Dos espacios son los que conforman la propuesta de este céntrico restaurante ubicado en la carrer de Provença. Ambos se nutren de una cocina vista que se encuentra al fondo del local y de una bodega francamente interesante que se hace fuerte en la oferta de vinos naturales. A la izquierda tienen la propuesta más informal: taburetes altos, mesas sin mantel y una carta de tapas con guiños a la carta de la zona derecha dónde está el gastronómico. Es allí donde decidí probar suerte en esta primera toma de contacto.
Estrecho, sencillo y con apenas 9 mesas. Hoy por hoy encontrar un local como este, que escapa a modas y grandes estudios de interiorismo, me llega a resultar hasta raro. Siempre he sido de los que prefieren ver argumentos en el plato antes que en el ambiente y la decoración, por eso mismo me fue imposible no sentirme cómodo a lo largo de una comida en la que cabe destacar con firmeza un magnífico y jóven servicio. Amabilidad, simpatía y formal cercanía hacia el comensal. Valores suplementados por una sumillería que en mi caso acertó de lleno con el Sicus Xarel·lo Brisat del 2016 que nos acompañó a lo largo de la comida a excepción de la carne la cual maridamos con el correcto tinto de la misma bodega (Sicus Sumoll ¿2015?). Los vinos naturales, esos que tenemos tan demonizados la mayoría, volvieron a demostrarme aquí que tienen mucho que decir.
Entre el menú corto, largo y una especie de menú ejecutivo o del día que ofrecen entre semana, decidí en esta ocasión aventurarme en el segundo para ver con mayor amplitud la cocina que allí ejecuta Rafa Peña junto a su equipo. Cocina visualmente delicada, de pocos ingredientes, sin guarniciones y con productos más que correctos. Un estilo muy noreuropeo que se saldó con platos de resultado muy irregular que transmitieron sensaciones dispares. De pases francamente sabrosos e incluso me atrevería a decir que fantásticos, probé otros faltos de equilibrio y rozando lo anodino como un lomo de sardina macerada que solo sabía a soja, una andouillette carente de sabor y sobrada de grasa, y un pato guisado bastante seco que iba acompañado por un gran fondo (¡Lástima!). Esto fue lo peor de una comida que a parte de un acertado rodaballo, dejó platos redondos que personalmente me animan a volver como mínimo para visitar el bar.
Y es que más allá de una rica galleta de parmesano con la que empiezas el degustación, he de destacar una sensacional ensalada de remolacha que gozaba de una textura y dulzor poco frecuentes, un caldo dashi que elevaba el plato de chipirones a otro nivel; y una tortilla y bikini que a pesar de su aparente simplicidad, guardaban un sabor incontestable e indudablemente delicioso dentro de este divertido formato. La felicidad prosiguió en materia de postres donde también hubo acierto con un refrescante y diferente casís con sake y un nada empalagoso chocolate espaciado que hace despedir la experiencia con ese gusto dulce con el que creo que a todos nos gusta acabar y que por desgracia no siempre terminamos por encontrar en la repostería de muchos restaurantes gastronómicos.
El detalle de poder elegir la carne y un ticket que superaba por poco los noventa euros por persona, son otros alicientes para volver y recomendar este restaurante. Eso si, siempre con precaución para no generar demasiadas expectativas sobre un restaurante que creo que juega su propia liga sin mirar a nada ni a nadie. En mi humilde opinión, creo que la gran admiración que ha suscitado en personajes relevantes en esto de lo gastro, no se corresponde ni mucho menos con la experiencia real de un comensal cotidiano como yo. Pero como considero que para valorar un sitio como Gresca, al menos debo visitarlo un par de veces ... ¡Volveré!
c/ Provença, 230 - Barcelona
934 51 61 93
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