"Alexis Soyer"
Alex Lawther
Charlie Covell
crítica
Culturetas
Jessica Barden
Jonathan Entwistle
Lucy Tcherniak
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The end of the f**king world, lo efímero siempre fue mejor
No nos engañemos, históricamente el mundo de las miniseries siempre ha pertenecido a las comedias fáciles y de pastel. Hemos de reconocer que este es un formato en el que por norma se pondera más por la cantidad que por la calidad, y que aún así logra captar casi sin esfuerzo alguno a esa mayoría de público que prefiere evitar los sobresaltos de las grandes tramas en horas de sosiego a pesar de su evidente falta de frescura y esa abusiva redundancia alrededor de desgastados clichés que personalmente me hastían sobremanera.
Referencias de innegable éxito como Modern Family o The Big Bang Theory (hoy todavía vigentes), han caído en mi personal baúl del olvido debido a ese empeño por exprimir la gallina de los huevos de oro hasta la más absoluta saciedad para que así de paso, se haga más rico aún al productor de turno. Justo por esto The end of the f**king world, con su más y con sus menos, me ha sabido a maná caído del cielo. Y es que la adaptación del comic de Charles S. Forsman demuestra que no hacen falta 40 o 50 minutos para engancharnos a la caja boba con una historia medio decente que logre sacarnos una carcajada de vez en cuando.
Las dosis de humor negro, muchas veces previsibles pero siempre bien ejecutadas, y el punto hilarante que conecta con esa parte de nosotros que siempre tiene ganas de mandar todo a la mierda cual Francisco Umbral de la vida, hace que ponga muy en valor el trabajo realizado por parte de Jonathan Entwistle, Lucy Tcherniak y Charlie Covell. Si es cierto que aquí tampoco se explora nada nuevo ya que los perfiles principales nos suenan a éxitos ya pasados. Pero la adaptación de estos con ese grado de frescura que aportan dos chavales como Alex Lawther (James) y Jessica Barden (Alessia), ambos sorprendiendo muy gratamente en sus respectivas interpretaciones, logra que no lleguemos a ejecutar la comparación fácil.
Sin duda, los personajes y sus respectivos mundos y locuras, están muy por encima de giros y sorpresas. No todos convencen por igual como es lógico, pero es ahí donde he encontrado un gran entretenimiento ya que el contraste entre estos más allá de lo peculiar, me ha resultado fascinante por que sobre los papeles secundarios se ha dejado espacio al espectador para la imaginación y libre interpretación en esta primera temporada. Siempre he creído que el margen a la especulación puede resultar una arma muy atractiva si se emplea con certeza, y aquí de hecho, lo es.
Los pensamientos (en off) sin ningún tipo de filtro, el amor inesperado, la digestión de profundos traumas ... al fin y al cabo, la cruda realidad y el adiós a esa efímera juventud a la que seguramente muchos querríamos volver, nos llevan a una irremediable complicidad con los protagonistas muy a pesar de la psicopatía declarada desde el primer minuto de James y la constante ofensiva verborrea de Alessia. Ambos valores, lejos de ser un impedimento, se convierten en toda una agradable virtud que hace que cada minuto sea más llevadero.
Obligatoria mención merece también la fotografía, la cual a parte de transmitir un evidente cuidado en el plano y en el color, nos aclimata perfectamente a ese entorno gris que adapta el guión. Guión que lleva de mano una banda sonora que se acopla al indudable tono indie de todos los capítulos aunque sin llegar a chirriar, se llega a sentir algo forzado. Pero con diferencia, lo que más me gusta de "The end of the f**king world", es la placentera sensación de que es una historia limitada y sin ánimo de estirarse como un mal chicle. Por eso solo puedo terminar diciendo que, miniseries así ... ¡SI!
Referencias de innegable éxito como Modern Family o The Big Bang Theory (hoy todavía vigentes), han caído en mi personal baúl del olvido debido a ese empeño por exprimir la gallina de los huevos de oro hasta la más absoluta saciedad para que así de paso, se haga más rico aún al productor de turno. Justo por esto The end of the f**king world, con su más y con sus menos, me ha sabido a maná caído del cielo. Y es que la adaptación del comic de Charles S. Forsman demuestra que no hacen falta 40 o 50 minutos para engancharnos a la caja boba con una historia medio decente que logre sacarnos una carcajada de vez en cuando.
Las dosis de humor negro, muchas veces previsibles pero siempre bien ejecutadas, y el punto hilarante que conecta con esa parte de nosotros que siempre tiene ganas de mandar todo a la mierda cual Francisco Umbral de la vida, hace que ponga muy en valor el trabajo realizado por parte de Jonathan Entwistle, Lucy Tcherniak y Charlie Covell. Si es cierto que aquí tampoco se explora nada nuevo ya que los perfiles principales nos suenan a éxitos ya pasados. Pero la adaptación de estos con ese grado de frescura que aportan dos chavales como Alex Lawther (James) y Jessica Barden (Alessia), ambos sorprendiendo muy gratamente en sus respectivas interpretaciones, logra que no lleguemos a ejecutar la comparación fácil.
Sin duda, los personajes y sus respectivos mundos y locuras, están muy por encima de giros y sorpresas. No todos convencen por igual como es lógico, pero es ahí donde he encontrado un gran entretenimiento ya que el contraste entre estos más allá de lo peculiar, me ha resultado fascinante por que sobre los papeles secundarios se ha dejado espacio al espectador para la imaginación y libre interpretación en esta primera temporada. Siempre he creído que el margen a la especulación puede resultar una arma muy atractiva si se emplea con certeza, y aquí de hecho, lo es.
Los pensamientos (en off) sin ningún tipo de filtro, el amor inesperado, la digestión de profundos traumas ... al fin y al cabo, la cruda realidad y el adiós a esa efímera juventud a la que seguramente muchos querríamos volver, nos llevan a una irremediable complicidad con los protagonistas muy a pesar de la psicopatía declarada desde el primer minuto de James y la constante ofensiva verborrea de Alessia. Ambos valores, lejos de ser un impedimento, se convierten en toda una agradable virtud que hace que cada minuto sea más llevadero.
Obligatoria mención merece también la fotografía, la cual a parte de transmitir un evidente cuidado en el plano y en el color, nos aclimata perfectamente a ese entorno gris que adapta el guión. Guión que lleva de mano una banda sonora que se acopla al indudable tono indie de todos los capítulos aunque sin llegar a chirriar, se llega a sentir algo forzado. Pero con diferencia, lo que más me gusta de "The end of the f**king world", es la placentera sensación de que es una historia limitada y sin ánimo de estirarse como un mal chicle. Por eso solo puedo terminar diciendo que, miniseries así ... ¡SI!
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