El marido consorte de Dolores Cospedal, tiene pinta de director de colegio religioso y un tono de voz rescatado del No-Do, pero en realidad iba de macho alfa y dirigía en la sombra el internado de Génova, edificio que luego ha hecho temblar, más que los martillos neumáticos de la reforma pagada en dinero tinta calamar, negro negrísimo.
El marido consorte estaba más metido en harina, que una ración de calamares. Como repartía juego ese hombre y con qué prestancia y astucia preguntaba y departía ante el super-espia Villarejo que a falta de confirmación oficial, todo parece indicar que fue compañero de academia policial de Mortadelo y Filemón. Ambos emulando al mejor espionaje de la guerra fría, desarrollaron un lenguaje encriptado y secreto de alto valor logístico e imposible de descifrar, o casi.
Las vergonzantes cintas de Villarejo, han empequeñecido los altivos gestos de Maria Dolores durante su largo y prolífico reinado en la derechona española y han dejado en ridículo algunos lamentables gestos y hechos que esta ha protagonizado, excepto el despido diferido de Bárcenas que aún hoy sigue asombrando a los expertos de derecho laboral de medio mundo.
El hiperventilado Pablo Casado enmudeció por primera vez en semanas, lívido, blanquecino, como salido de una turbulenta enfermedad de mucha cama y poco apetito, su perenne sonrisa parecía propiedad del museo de cera, hasta que salió el ultimo audio donde el marido consorte decía aquello “que el jefe estaba al tanto” . Y en esto llegó Rajoy y mando parar.
Nos habían contado que el PP era el partido más grande e importante de Europa y sus alrededores, al margen de unos ligeros desajustes en los registros internos de afiliados, tan solo unos cientos de miles de más, su verdadera grandeza reside en la enorme formación que han ofrecido a jueces, fiscales, periodistas y tertulianos en general con una amplia gama en los delitos y chanchullos más diversos que puedan ejercerse desde el poder y sus aledaños, acumulando una excepcional nómina de imputados, condenados, sospechosos habituales y culpables sin condena, y lo que nunca sabremos.
Esta claro que no hemos tenido suerte ni con ella, ni con su partido ni con el consorte.
Ay, Dolores.
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