El tal Maduro, tiene un corpachón que visto desde cualquier ángulo parece un enorme armario de los de antes, de alcoba, para mucha ropa de cama y mantas y una gran cabeza cuya única utilidad posible, como mucho, da para un anuncio de Johnson & Johnson.
Por lo demás, intentó sin éxito ni gracia alguna ser una copia del comandante Chávez , aquel que con su tono y peculiar acento clamaba ante el mundo que olía el rastro a azufre que dejaba George Busch en la tribuna de la ONU. La mala copia chavista está terminando su carrera a la fama convertido en un telepredicador/dictador patético, engreído y enjaulado en su engañosa realidad. Zapatero después de cinco años de idas y venidas (debe estar hasta arriba de puntos Iberia) no ha conseguido meterle a este hombretón ni una pizca de su famoso talante al igual que el payaso que nos perturba desde la Casa Blanca miedo alguno, y mira que le ha amenazado con ese careto de sonrosados matices porcinos.
Tan solo Errejón y su nuevo espíritu de izquierda amable, le dio un chupito de oxígeno, argumentado que en Venezuela se comía tres veces al día, como aquel cura que arengaba en su homilía a los presos en el Valle de los Caídos sobre la impagable bondad de Franco, “¡os da de comer tres veces al día y caliente!”. Viendo las imágenes de los supermercados en Caracas, y los estilizados tipazos de ellas y ellos, tiende uno a pensar que los que quedan aún por el ajado paraíso caribeño, comer, deben comer poco y mal, aunque sería ambiental e higiénicamente deseable que al menos les siente lo mejor y más duro posible, porque el papel higiénico ha desaparecido y los periódicos también (han tenido que cerrar más de 40).
Aunque Maduro, más pronto que tarde caerá, le han salido dos avalistas geopolíticos, porque por vecindad y cercanía la cosa no cuadra, que son los hermanos malasombra de siempre, China y Rusia, que saben de Venezuela lo mismo que Casado de decir la verdad y van a retrasar el desplome, con el nada despreciable riesgo de aplastamiento en su caída, del mango grandote, bigotudo y moreno que reside en el palacio de Miraflores.
Nadie se merece ni una palabra ni una canción, ni un baile más de este farsante mezquino y sangriento.
Está maduro, lo veremos.
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