Mi antigua afición a las series, que tantos ratos de soledad llenaron no hace mucho tiempo, me han deparado últimamente muchas más satisfacciones alejándome un pasito mas de un cine contemporáneo donde cuesta mas soñar y emocionarse que hace años. Quizás por esto y por la facilidad que a los creadores les proporciona el formato serie, crece la conversión de seguidores a ese mundo, donde toca saber escoger, no todo es tan bueno ni tan genial en un producto visual que ha multiplicado por mucho su oferta.
Aunque últimamente he apreciado un cierto menor nivel y mi desanimo me ha llevado de nuevo al maravilloso mundo de la novela , jamas olvidado, me han sobrecogido dos series que no pueden ser mas diferentes y dispares, pero que recomiendo por muy diferentes motivos.
Chernobyl
Es un montaje donde nada es extraordinario, pero todo es excelente, coherente, cuidado, medido y con calidad. Interpretaciones notables con un rango muy alto en todas sus actrices y actores, incluido ese líder minero que parece tan propio de los negros pueblos de los Urales que asusta de verdad.
La historia real, que acojono a medio mundo, me dió menos miedo en la realidad recordada que la descrita en la propia serie, quizás por la confusión y la incredulidad de entonces, donde el peligro nuclear ni era tan conocido ni tan sabido y la conciencia ecologista estaba aún en los pañales del pos-hippismo. En la serie se consigue trasladar el enorme miedo y desconfianza con el que occidente debería haber vivido aquella fatídica barbaridad de un régimen que ejercía el poder sin atender a la mínima ética ni humanidad, y que fue muriendo sin dejar de mentir, ni de matar, como llevaba haciendo desde hace decadas.
La serie refleja a la perfección el poder cruel y despiadado y un drama para la obligada y sumisa población soviética que sufrió sin saberlo un holocausto puro y duro y una tragedia que generaciones después sigue estando presente y viva en la sociedad actual. Una acida sensación que te hace comprometerte ante quien sea para que esto no pueda volver a pasar, pero ha pasado, aunque por otras causas (Fukushima)
Camarón
A quien no conozca el flamenco, ni lo entienda, debe escuchar, más que ver, esta serie donde la inigualable e inimitable voz de Camarón de la Isla, consigue hacer sentir su “aquel” de forma insospechada e incontrolada, dejando boquiabiertas el alma y a la misma vida.
Que este grandioso artista marcó una época y fue admirado en medio mundo y por grandes de la música mundial, era evidente, lástima que el documental es sencillamente empalagoso con un reiterado celo en la sobrecarga del halago tan innecesario e improcedente que queda arrinconado al escuchar los “quejios” de esa orquesta que sabe a tierra y verdad, que era su garganta. Hay momentos donde el arte alcanza la gloriosa cumbre, cuando su personalísima voz se ve acompañada por la magia de los dedos del gran Paco de Lucia, que hace sonar la guitarra a todo, puro infinito. La persona, el hombre, José Monge, transmite una tímida sencillez y bondad en sus gestos retratando a una persona cuya vulnerabilidad lo acerca más al espectador, despertando inevitablemente sentimientos de cariño y ternura.
Después de él, el flamenco huérfano de su gran reinventor, no ha sido el mismo, ni posiblemente tan minoritario y exclusivo de un mundo acotado por el gitaneo y el flamenquito torero. Pese a ello, sigo sin entenderlo y lo soporto lo justo, solo escucharía y una y mil veces el agua fresca que manaba de la garganta Camarón.
A ese sí.
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