Recordaba estos días pasados, al ver la serie de Netflix “Monzón”, aquellos tiempos en los me gustaba el boxeo, sobre todo el boxeo de los llamados estilistas, gentes que pegaban duro, pero con un estilo más agraciado y menos brusco y basto que los denominados pegadores. Estos últimos abusaban del cuerpo a cuerpo, dejando el espectáculo reducido a la fusión enmarañada de dos montañas de músculos y sudores sin visos de belleza alguna y ausente de la más mínima gracia estética.
La política y sus conflictos en este país/estado/nación o como se le quiera llamar, se ha convertido en una monumental y nada edificante pelea de dos pegadores sudorosos que en un rincón del cuadrilátero se enzarzan en un monótono y aburrido cuerpo a cuerpo, donde no se aprecia nada edificante y sí mucho golpe bajo, que solo busca el daño rastrero.
Para los que nos negamos ayer a presenciar el debate, y las imágenes de acoso y escupitajos cobardes en la Avinguda Diagonal, el día de hoy ha sido un poco menos traumático, aunque de sobra sabemos que, estamos rodeados de pegadores que solo nos garantizan lo peor y lo menos edificante.
La necesaria llegada de nuevos púgiles estilistas, con renovadas formas, ambiciones e ideas, no parece vislumbrarse, así que de momento solo nos puede salvar la campana.
Paren el combate. ¡Que tostón!
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