Aquella mañana fría de noviembre, Madrid estrenaba ese sol otoñal que lucía de manera amable, especial, muy lejos de la agresiva luminosidad estival y ajeno al agobio que ese calor tan temperamental que nos incomoda hasta la huida.
En la calle de Alcalá y los aledaños de la puerta del sol se vivían miles de vidas de gentes cercanas y foráneos que paseaban, en ese trasiego multitudinario, pero cómodo y relajado viviendo la ciudad de modo diferente, recreándose en cada detalle y en el todo y que nada tiene que ver con esa prisa integrada ya en el ADN de los madrileños de Madrid y de los otros muchos que también lo son.
El antiguo caserón-palacio del Casino de Madrid, en el número 15 de esa, tan cantada calle de Alcalá, se percibe otro tiempo y desde el inmenso umbral de su puerta de hierro forjado antiguo y barroco, se vislumbra una escalera doble y una bellísima y suntuosa decoración propia de la época de su inauguración (1.910). De repente y quizás por la magia que inspira esa monumental entrada, el recuerdo nos descubre imágenes retenidas de elegantes damas y caballeros tantas veces vistas en películas y series que narraban aquellos locos y elegantes años, tan inmortalizados, veinte.
El interior no desmerece para nada a esa hipnótica entrada y recrea una decoración hoy imposible de repetir que invita al asombro y llegas a imaginar que no hay nada debajo de tus pies, ni crees sentir el tacto bajo tus recién lustrados zapatos de sus marmolados suelos. El ascensor hace juego con el todo, de madera nobles y puerta de hierro en el exterior y de madera y doble hoja acristalada, con un banquito de terciopelo para un fugaz descanso, si procede y en el que solo se añora, a un joven debidamente uniformado con un casquete ladeado en su cabeza, que pregunte; ¿a que planta señores?
En la tercera planta, uno de los espacios gastronómicos del edificio, con un tono decorativo más moderno, se yergue un espacio de ventanales inmensos que muestran al otro lado una terraza ajardinada de justas proporciones al conjunto monumental, que ilumina un interior de suelos que conforman un gran tablero de ajedrez de blancas y negras en feliz y logrado contraste con unos bellísimos tonos verdes en sus altísimas paredes que facilitan la mejor predisposición del comensal, que ante un evento gastronómico tan largo, termina valorando y mucho la comodidad de sus aparentes simples sillas.La dispersión de las mesas es más que razonable y permite la conversación en tonos moderados con cierta confidencialidad, alrededor de un amplio tablero vestido con una mantelería bonita y de ese tacto agradable que también predispone, todo es a favor.
Por lo tanto, el comensal se le acumulan involuntariamente las expectativas, que se abrieron paso días atrás cuando leíste o te comentaron la nota del chef y su estrellado restaurante y crecen exponencialmente a cada instante desde el acercamiento, entrada y tras recibir la bienvenida con una primera sonrisa de una personal abundante, joven, predispuesto y eficaz.
Paco Roncero, logra desde el primer momento y con tres entrantes que hacen que lo vivido y visto hasta ese momento quede al margen de la mesa donde el impacto de sus sabores impide a la memoria generar recuerdo alguno y sean los sentidos más primarios los que tomen el mando del tiempo y el protagonismo, comenzando a ejercer sus funciones, eso sí, disfrutando de su obligada tarea.
El amplio menú que nos propone el chef, destaca por su alto nivel y sin la más mínima varianza entre la nota en los diferentes plazos, con una amplia y variada oferta de productos, gustos y texturas en una cuidadísima presentación en la mesa por parte del personal y en unos platos que eran esculturas comestibles. Esta vez, y no siempre pasa, los postres están al mismo nivel del menú, y no se produce el tan habitual escalón en el que tantos estrellan o limitan a unos magníficos menús.
No sería justo, olvidarnos de una buena elección en los vinos y mucho menos, no destacar en especial, dentro del altísimo nivel general, un plato que sencillamente es magistral, Raya al all i pebre, excepcional y solo es posible describirlo si se tiene la fortuna de probarlo. Hubiera repetido y “tripetido” si hubiera tenido la ocasión, aun siendo uno de los últimos pases de una comida excepcional que coloca al Chef y su equipo en la cumbre de la gastronomía madrileña, donde debería aparecer como segundo restaurante tres estrellas Michelin en Madrid, incomprensiblemente ahora tiene dos.
Ya la noche se apoderadaba de un Madrid, metido en estreno de luces y adornos navideños, cuando abandonamos el majestuoso palacio y la boca y el olfato aun estremecidos ante tanta verdad gustativa se negaban a recordar nada más que esos suntuosos olores, sabores, compuestos en presentaciones de delicada y bella armonía.
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