Cada noche, cuando sales del metro y te veo, se me acaban los recuerdos y la nostalgia se cierra de un portazo, cerrando un largo paréntesis que se abre cada tarde al irte y que deja la vida en espera, suspendida en el aire, vagando sin rumbo ni destino como motas de polvo al trasluz.
A fuerza de repetirme siempre la misma frase, (¡que guapa es!), esta, se ha convertido en mi pin, en mi particular clave secreta, que reinicia mi vida y hace callar al ruido de una ciudad que podría interferir e inmiscuirse en ese momento mágico, pero que me es ajena e indiferente, cuando escasos segundos antes era un frenesí de cosas y casos que pululaban alrededor de mi inevitable y diaria ansiedad por reencontrarte. Cuando llegas hasta mí enarbolando tu media sonrisa como estandarte de vida, todo lo demás levanta los brazos en señal de rendición y queda relegado sin contemplaciones. Comprendo entonces, que la espera se ha transmutado en una angustia dulce y deseada, con la impagable ventaja que ofrece el verte llegar y recrearme en esos quince pasos desde la puerta del metro hasta mi, que son el mejor desfile que el mundo me puede ofrecer, y la sensación arrebatadora de un acercamiento que en realidad consume muchos mas tiempo y espacio que el que la física y las matemáticas podrían determinar científicamente.
Cada noche es diferente e igual a todas las demás, ajena a cualquier sensación de saciedad o repetición, es una novedad conocida, esperada y casi vivida en el escaso camino que recorro y transito a diario, convirtiéndose en una senda, en un peregrinaje que busca la necesaria dosis de magia diaria, que hace que la vida sea vida y que se abone de calma y felicidad en un mundo que nos envuelve sin necesitarlo, a veces con sus abrazos ásperos y agotadores.
Cada noche, me acuerdo de tantas esperas vividas en aquel paseo, cobijado bajo la robusta arboleda urbana que era testigo principal de mi impaciencia por verte bajar aquellos dos escalones que se me hacían montaña en la interminable vigilia y tobogán de dulce reencuentro cuando aparecías. Tus primeros pasos despejaban el momento del frio o del calor dejando al mundo en un punto y aparte, y repintando con tu extraordinaria sencillez los sueños en posibles y los anhelos en verdades.
Esto y lo otro me hace pensar que siempre te he estado esperando y espero y esperaré, y también demuestra, sin temor a equivocarme, la imperiosa necesidad de encabezar la rebelión contra la tiranía del tiempo y el transcurso de los días, que van achicando mis opciones a ti, estación final de cada jornada, y la apremiante necesidad de seguir soñando, allí de pie. En ese espacio de trasiegos y prisas es cuando cada noche, tengo la certeza que en pocos minutos o segundos te veré salir del metro y volveré a ser feliz, muy feliz, sintiendo y oyéndome decir, ¡que guapa es!.
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