Había un dicho alemán, leído en un viejo libro que narraba la vida en un Múnich de pre-guerra, que decía mas o menos; que a la multitud se la dirige mejor con un general con gorra y silbato que con un gran filosofo de razonada oratoria.
El “buenismo” , la fe y la confianza en el prójimo que han demostrado los expertos y autoridades sanitarias en nuestra vieja Europa, al contrario de China, en la crisis desatada por la pandemia que nos asola y nos saca de quicio, demuestra que el viejo libro no fue nunca un best seller y que su realista mensaje cayo en saco roto.
Pensar, no ya cada ciudadano, que una mayoría, desde Algeciras a Estambul iba a hacer un ejercicio de responsabilidad y obediencia de las instrucciones que se nos ofrecían por varios medios, cada día, cada hora, es de un candor e ingenuidad pasmosa y creer que con estos mensajes se evitarían las terribles consecuencias económicas demuestra un relevante problema de juicio.
Ojalá pudiera ser así, por las buenas, de buen rollito, pero solo un mando firme de poco aspaviento y mucha contundencia y unas normas claras, poco dadas a la interpretación, con duras sanciones ante el incumplimiento, pueden ayudar a limitar la expansión del puñetero virus, que es de lo que se trata y vamos tarde.
Lo demás es un cuento chino, con perdón.
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