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A PORTA GAYOLA





Quizás sea la propia evolución o devaluación personal, qui lo sa o quizás no. De vivir y sentir, casi desde donde la memoria me alcanza, desde el tendido, lo que modernamente se llama tauromaquia y su particular universo, con un constante interés y una curiosidad insaciable, a una postura actual que ya se reitera desde hace algunos años, donde la distancia personal y la tibieza emotiva, en el fondo y en la forma han ido consolidándose, apuntando maneras de ser irreversible.

¿Y esto por qué?

Hay dos aspectos que creo reconocer como elementos claves que me han forzado a debatir en mi conciencia la realidad de mi afición; el sufrimiento del animal, mas palpable ahora que hace años y mi mas absoluta incomprensión ante un sector, todo el orbe taurino, que sigue en modo impermeabilizado ante los cambios y evolución de la sociedad.

Aciertan quienes defiende que el toro bravo en el campo es un animal privilegiado, al disponer de unos espacios naturales, idílicos y amplios, con un meticuloso programa de atención veterinaria y una muy selecta alimentación. Alguna tibia critica podría hacerse de ese entrenamiento de trote en manada, en una carrera continua, que en los últimos años se ha impuesto en las fincas, buscando una mejor musculación y resistencia del animal ante el reto de una lidia cada día mas larga y exigente. La crianza de este animal ha evolucionado hacia unas formas mucho mas esmeradas, acercándolo mas al hombre, casi en la frontera de lo “doméstico” y no tan apartado y salvaje, que era la norma general de crianza hace unas décadas. Esto implica un trabajo y una inversión que solo un profundo convencimiento y una elocuente pasión personal del ganadero y sus equipos humanos lo posibilitan. Ahora que las fincas, muchas de ellas se pueden visitar, ofrecen al visitante una idílica y engañosa imagen, que queda lejos de los 365 días de de duro trabajo, donde la sucesión de imprevistos es normalidad y día a día, todo ello en un entorno que precisa de altas dosis de abnegación y donde los riesgos y peligros son obvios.

Ya desde el embarque en el campo, el toro comienza una vivencia inesperada y alejada de su rutina y entornos conocidos, esto culmina en el inquietante salto a lo desconocido, que supone su salida al ruedo. Lo mismo sucede en un escenario tan diferente como las calles de una localidad, donde en soledad se encara a múltiples reclamos y provocaciones o, aunque en este caso en hermanada manada, en un encierro donde la inercia de la carrera les conduce a lo desconocido. 

En las calles o en el coso, se exprime su descomunal fuerza hercúlea, entre fintas o lances, hasta exprimirla y finalizar en una visible rendición y agotamiento que ni su potente genio es capaz de obviar. Se ha manoseado durante décadas el argumento, que no parece sostenible, que el toro de lidia por su bravura y casta no siente en realidad el castigo como visualmente podemos interpretar al presenciar una corrida de toros. Al margen de la ciencia, hay dichos que viene de muy antiguo que nos apean de esta interesada tesis, “el toro se ha dolido en banderillas” o “ se duele en el caballo”, expresan nitidamente esa situación donde el toro cabecea con la intención de quitarse esa dolorosa molestia en su lomo, en muchos casos mugiendo lastimosamente. Ver de cerca la severidad de los daños causados por la puya en el tercio de varas, no dejan mucho espacio a la duda. En este sentido siempre se ha asociado esa presunta falta del dolor, al recaer el impacto de la puya en el morrillo del animal, esa enorme pelota muscular donde se supone no hay tantas ramificaciones o terminales nerviosas. También sabemos, de ser cierto o tener algún viso de verosimilitud la tesis de minusvalorar el dolor, que no siempre se pica en “su sitio” y que en no pocas ocasiones el puyazo resulta trasero, donde la supuesta protección del paquete muscular que representa el morrillo no existe.

Es cierto que no todos los toros “se duelen”, y que el toro que recibe el duro castigo en una primera vara, “si es bravo” vuelve a embestir al caballo a sabiendas de sufrir un nuevo castigo, por lo tanto tampoco es descartable, que esta especie aguante o asimile  el dolor de una manera aparentemtne mas estoica que otros. Aquellos que mugen y cabecean, los que se quejan o duelen, son considerados una afrenta para el ganadero, que se suponía lo había criado como “bravo”, cuando se "prueba" su mansedumbre.

Hay estudios científicos con teorías y conclusiones encontradas, sobre este particular, unos se basan en la creencia que el toro de lidia se inhibe del dolor, gracias a una hormona que segrega en situaciones de estrés (cortisol), sin embargo, otros argumentan que justamente esta hormona se segrega en mayor cantidad en caso de dolor. No parece creíble que el animal no sufra nada, a pesar de la situación de un fuerte estrés y del presunto efecto dopante de la hormona,  ante la severidad de las lesiones que recibe.

Este castigo no es casual, y ni mucho menos caprichoso, aunque suene duro, es lo que posibilita y facilita el objetivo para que el toro temple sus ímpetus, su violenta embestida y “baje la cabeza”, es decir embista mas humillado y adquiera una velocidad mas suave y acompasada en sus embestidas, sin esto es imposible desarrollar cualquier expresión artística entre el hombre y el animal, mediando una muleta o un capote.

Aunque se admitiera como valido, la teoría de la no existencia de dolor en el animal existe otro elemento que limitaría la asistencia de determinado publico al espectáculo; el derramamiento de sangre. La fiesta de los toros es un espectáculo sangriento, no hay disimulo posible o teoría benevolente que lo cubra. Además de la respetabilísima sensibilidad ante la sangre, existe otro elemento disuasorio tan humano, como el miedo. El miedo a la cogida, a la cornada, a la voltereta, que a muchas personas les hace sentir sin disimulo alguno el pánico y el temor. A veces los escasos segundos que el hombre esta a merced del toro, son tan angustiosos e interminables que provoca en los tendidos un revuelo de manos para tapar la visión de ese drama cuyas consecuencias son imprevisibles.

Los cambios sociales desde la edad de oro del toreo, allá por la mitad del pasado siglo, a estos tiempos donde la velocidad en la transformación de las conductas sociales adquiere la categoría de imparable, ha ido dejando al espectáculo en una situación mas marginal y una asidiudad claramente ocasional. El espectáculo ha perdido pujanza, presencia social y un efecto, a mi juicio demoledor, tranversatilidad social. sin olvidar su practica desaparición en los medios de comunicación. Históricamente las corridas concentraban a un público heterogéneo, de todo tipo y condición, desde la barrera hasta la andanada de cualquier plaza se podía ver la España, preferentemente masculina, de la época, donde la intelectualidad, la política, el arte y la ciencia hacían ostensiblemente acto de presencia en tendidos y barreras.  El hecho incuestionable es que la actividad taurina ha evidenciado un descenso constante, al margen de aspectos coyunturales, en el numero de espectáculos concentrándose los mismos en zonas muy concretas y un numero considerable de los mismos vinculados a la tradición de grandes y medias ciudades en sus fiestas patronales. Atrás han quedado las novilladas sin caballos en los pueblos, capeas y novilladas con picadores, verdadero granero de aficionados y ambiente.  La fiesta ha ido perdiendo el terreno que le era propio en muchos lugares que fueron un casi inagotable criadero de grandes aficionados.

El mundo del toro ha permanecido impasible ante el paso de los tiempos, marginándose sin querer o no,  sin entender la necesidad de ser mas activos y didácticos con una sociedad que ya no jugaba al toro en las calles y que las tertulias o charlas de amigos versaban sobre otras realidades. En la edad de oro del toreo, se hablaba mucho de toros, muchísimo, apasionadamente, sin olvidarnos, que además del futbol, era de lo poco que se podía hablar libremente. En no pocas ocasiones se oye al taurinísmo rememorar aquellas ferias, ambientes y ese respeto casi espiritual que se tenia a la figura del matador de toros, eran otros tiempos y otras realidades que poco o nada tienen que ver con el hoy.

Hubo una ultima oportunidad perdida, hace algunos años, donde el negocio volvió a conocer esplendor y cifras records de publico, corridas, dinero, hasta se llegaron ha inaugurar un buen numero de cosos taurinos o multiusos, algo que no ocurría desde antiguo. En los años 80 y parte de los 90 del pasado siglo, al calor de la reaparición de algunos toreros retirados que volvieron a interpretar el toreo perfumado de lo eterno, sencillo y majestuoso, ademas de  la aparición en escena de algunos jóvenes matadores que llegaron con habilidad y un certero marketing a las grandes masas dio pie a una época explosiva que lamentablemente no se supo administrar para el futuro del sector,  solo enriqueció a una minoría que además en algunos casos degradó el espectáculo a una vacua superficialidad y en algún caso  dejándolo a las puertas de meramente  bufo.

Por otro lado, el sector que hace unos años disponía de una corriente de dinero público evidente, como otros espectáculos y sectores, siente ahora una soledad y un riesgo económico que ha perpetrado la mayor caída de funciones taurinas de las ultimas décadas

Se desaprovecho la ocasión, cuando era facil, para ensanchar afición y afianzar futuro, primó el cash, no la inversión. Además, y para empeorar mas las cosas, se entró en una dinámica, que hoy sigue, donde la emoción desaparece y la corrida entra en una fase de estandarización tanto en la forma de embestir del ganado como en la manera de torear. Se transita del abuso del boom, al aburrimiento, al tedio de lo predecible, algo mortal en un espectáculo que debe buscar lo no predecible. Probablemente nunca en la historia se haya toreado mas (las faenas son interminables), tan limpiamente (el toro toca muy poco los engaños) y el toro no ha salido ni tan bonito de hechuras, ni criado con tanto cuido y mimo. Hay un exceso de poderío del torero frente al toro, mas aparente que real, pero se trasmite una superioridad que aunque engañosa resta muchos enteros a una parte esencial del espectáculo, el riesgo. El abuso de determinados pases, mas en la línea del mas difícil todavía, que, del toreo puro, puede llegar a entenderse como una falta de respeto al animal, el toreo fundamental es engañar al toro, lo otro parece mas una burla, que son dos cosas muy distintas.

El sector, ha encontrado calor y apoyo en un os movimientos sociopolíticos, fácilmente identificables, que han tomado, entre otros, a los toros haciéndonos creer que estos son  una tradición secular que nos representa y une como pueblo, ni es así, y ademas olvidan que este espectáculo cuyo nacimiento y origen es netamente español, está y se desarrolla en otros países de Europa y América, donde en algún caso, como en Francia, adquiere unas notas de calidad y de expansión social, sencillamente envidiables . A las gentes del toro se les ve cómodos en compañía de la franja mas conservadora y tradicionalista de la sociedad, quienes también defienden actividades cinegéticas (caza, pesca, etc.) y entronizando aspectos de la economía y culturas vinculadas al mundo rural, con una expresión general mas cercano a lo festivo y folclórico que a recetas mas integradoraas y expansivas culturalmente hablando. 

La defensa de la tradición no basta para aguantar, desarrollar y proyectar al futuro, la cultura taurina, como tampoco va a conseguir rellenar los pueblos vacíos, ni iluminar nuevas alternativas viables en el medio rural. Si el sector taurino se queda en esto, reitera esa filosofía que tan malos resultados le ha proporcionado históricamente, navegar en mares y mundos cerrados, buscando el asentimiento de quien no discrepa e intentando convencer al converso o al contrario, cuando en realidad hay que provocar la curiosidad y el interés por saber y conocer.

En una coyuntura tan compleja concitar el acercamiento, la atracción, la magia, necesita de unas dosis considerables de atrevimiento y descaro para proponer ideas y conceptos que constituyan una línea de rescate y salvavidas y así, intentar diluir el lánguido hundimiento, que aunque no lo parezca, ese la dinámica que se mueve este espectáculo.

Inventarse una renovación imaginativa de la función, no es una apuesta nueva ni revolucionaria, es lo que ha ocurrido en el mundo de ficción cinematográfica; las series de TV y plataformas audiovisuales, que fueron recibidas al aparecer con muchas reticencias del sector,  consiguieron, de manera muy apreciable despertar al cansado mundo del cine, evitando su pálida  y triste agonía. 

Es muy complicado imaginar la reforma del gran edificio taurino, sin duda, pero su necesidad esta fuera de toda duda, es algo consustancial a los tiempos. Hace años, la aparición de uno o varios toreros que “reventaban” el tedio, podría haber bastado, pero no parece que el momento facilite las medidas cosméticas. Como mucho sex conseguiría, un efecto a corto plazo, con el retorno de los aficionados o espectadores  desencantados o aburridos, pero no parece que fuera suficiente para que el viento de ahora entre en plazas y callejones y llegue  a las masas, haciendo añicos a las cadenas de lo inamovible.



¡Suerte!

Muy de tu rollo

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