¡ NA SIQUIERA!

¡NA, SIQUIERA!

¡Como nos has dejado! Iñigo.

A las hijas del (ex)rey, el que mandó callar a Barbara Rey con nuestro dinero, a medida que envejecen, y anda que no envejecen, se les está poniendo, aún más, cara de griegas, ¿pero tú?, tu permanecías embalsamado desde que saliste de clase de la E.S.O.

Tu larga epístola que casi mejor que no hubieras escrito nada, olía a humo, sin que hubiera ni chimenea ni leños ardiendo. Con ella en modo cortina, nos querías liar la venda en los ojos, pero el paño apestaba a chungo y la venda se nos cayó sin remedio. El pueblo llano, no así los que están a los mandos del bus escolar donde ibas y venias al congreso, se ha quedado de cartón piedra, al margen de a quien se vote o no, porque tu carita nos transmitía que eras un niño que habías hecho los deberes y te habías comido toda la merienda, sin rechistar.

Como vivimos desquiciados, por culpa de cuatro ineptos locos y alguna loca de atar, todo se politiza para partirlo todo en dos frentes enfrentados, el síndrome del aizcolari o el renacer de las dos Españas, y sino que se lo digan a Broncano o a Motos, y ahora entramos en la calamitosa discusión si el guarro acosador es de derechas o de izquierdas, como si hubiera algún eximente o algo que los distinga. No recuerdo yo discusión alguna cuando se detiene a un alunicero, a un camello o a un atracador de bancos, sobre su ideología o si es del Madrid o del Atleti.

En cualquier caso, hay que ventilar la clase, de tus perniciosos gérmenes machistas y además de lo tuyo, también tienen una cuenta pendiente con la vergüenza  y sobre todo con las víctimas de tus atropellos, quienes te hayan amparado para extender un manto de  silencio cómplice.

Como dicen en un pueblo de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, Iñigo, después de esto: ¡Na Siquiera!