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Tiempo de pruebas


ISAAC BUJ | EUROPA PRESS

El término medio ha desaparecido. La política, que debería ser el arte de buscar equilibrios, se ha convertido en una guerra de trincheras donde la moderación y la equidistancia se perciben como traición. A raíz de la declaración de Aldama ante el juez, una vez más, queda al descubierto esta carencia: nadie, absolutamente nadie, se detiene a decir lo único sensato en este contexto: dejen que la investigación siga su curso.

En un estado de derecho, la verdad jurídica no solo es una meta; es un pilar fundamental de la convivencia. Sin ella, no hay justicia que valga, y sin justicia, el terreno queda abonado para la arbitrariedad y la manipulación. Sin embargo, vivimos en tiempos donde la paciencia y el respeto por los procesos judiciales se consideran debilidades, como si el simple hecho de esperar fuese incompatible con la defensa de la verdad.

Es importante recordar que las primeras declaraciones y los relatos iniciales suelen ser incompletos, parciales o, directamente, interesados en crear una situación más favorable para una de las partes. El sistema jurídico, con todos sus defectos, es el único ámbito donde las palabras deben sostenerse con pruebas. Allí, las emociones, las pasiones y las agendas políticas quedan —o deberían quedar— fuera. Es en este espacio donde los indicios se convierten en certezas y donde las declaraciones, como las de Aldama, se analizan en su totalidad, no a conveniencia de unos u otros.

Sin este principio básico, estamos condenados al juicio paralelo. Ese circo mediático donde todos, desde tertulianos hasta usuarios anónimos de redes sociales, se convierten en jueces y verdugos. Un juicio paralelo no busca la verdad, sino la victoria en la batalla narrativa. Y en esa batalla, la verdad jurídica —la única que realmente importa— queda relegada, arrinconada entre gritos y acusaciones cruzadas.

Dejar actuar a los jueces no significa ser indiferente o permisivo. Al contrario, implica tener la madurez democrática de confiar en los procedimientos establecidos, aunque estos no siempre sean tan rápidos o claros como quisiéramos. También significa asumir que la justicia no siempre responde a nuestras expectativas o prejuicios, y que su objetivo no es satisfacer a las audiencias, sino esclarecer los hechos.

La declaración de Aldama puede ser cierta o no; puede aportar claridad o sembrar más dudas. Pero ese no es el punto. El punto es que solo un proceso judicial completo y minucioso puede darnos las respuestas necesarias. Todo lo demás es ruido. Y el ruido, como sabemos, nunca construye, solo destruye.

En estos tiempos de trincheras, recordar la importancia de la verdad jurídica no es solo un acto de sensatez; es una forma de resistencia frente a la polarización y las fake news. Porque si no somos capaces de defender el espacio donde los hechos prevalecen sobre las opiniones, terminaremos en un escenario donde la justicia será un accesorio más del poder, y no su límite.

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