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RAZA


Carlos Manzano Alonso ©

¿Qué es raza? Puede parecer una palabra fácil de definir, una entrada más en el diccionario, un concepto breve y aséptico. Sin embargo, para mí, raza es mucho más que una palabra: es un eco que ha retumbado en mi familia desde tiempos que mi memoria apenas alcanza. Es un motor silencioso que se hereda, que te impulsa y te persigue, que te obliga a seguir caminando cuando el mundo dicta que debes conformarte. La raza que yo conozco desafía la lógica, la sacude, la rehace si es necesario, y se atreve a mirar al destino con una interrogación abierta, firme y llena de posibilidades.

Esa amalgama casi alquímica de esfuerzo, inconformismo y generosidad es capaz de doblegar el curso previsible de la vida una y otra vez. Y es que, al final, la raza no es un grito, es un acto. Un acto que se cultiva en silencio, que no necesita aplausos ni reconocimiento inmediato, pero que deja una huella imborrable. Es lo que demuestra cómo un chaval sin estudios, que lleva sacos de pienso a su espalda por Plaza España, logra prosperar hasta abrirse un hueco en el mundo de la banca. Porque la raza no pide permiso para soñar ni se acobarda ante las circunstancias. La raza desafía la adversidad con un gesto diario, casi invisible, pero infalible, como si el destino no fuera más que un muro que hay que empujar hasta que ceda.

Es la certeza, casi obstinada, de que lo improbable puede ser inevitable si se sacrifica lo necesario y se tiene la generosidad de hacerlo también por los demás. La raza de mi familia no solo lucha por sí misma; lucha también por aquellos que vienen detrás, por los que todavía no saben que los límites son solo una ilusión.

Mi padre, vivo ejemplo de esa raza, ha reescrito su destino una vez más. Ayer, viéndole presentar su primera novela, La infinita presencia de Eva Camacho, podía perfectamente haberme preguntado cuántas horas le habría robado al descanso para reinventarse, justo ahora que, sobre el papel, ya no tiene responsabilidades aparentes. Cómo, con una vista tan castigada, desafía cada día la pantalla de su ordenador, ampliada y ajustada para poder leer, para poder escribir, para poder crear. Cómo persigue sueños que, tal vez, ni él mismo se atrevió a soñar durante tantos años.

Esas preguntas quedaron en silencio, porque ayer las respuestas estaban ahí, frente a mí: en la firmeza de su voz, en la sonrisa que delataba su orgullo, en ese desparpajo tan suyo para hablar en público, siempre entre bromas, como quien intenta quitarse importancia en medio de un momento demasiado grande. Quizás también porque, más que preguntar, tocaba imaginar. Mientras retrataba algunos momentos con mi cámara de fotos, imaginé a mis abuelos, sus padres, sentados juntos en esas dos sillas vacías que, casualmente, había en la primera fila de la presentación. Los veía escuchando, henchidos de una incredulidad feliz y de un orgullo imposible de ocultar, alguna de las tontunas que él soltaba para sentirse más cómodo.

Ayer, mi padre no solo me volvió a regalar una inspiración infinita, como la presencia de Eva Camacho. También trajo a mis abuelos de vuelta. Y es que, al final, eso también es raza: su raza.

Muy de tu rollo

2 comentarios:

  1. Precioso artículo. Tu padre es un hombre digno de admiración. Hecho a sí mismo, como los de aquella época. Trabajador, listo y buena gente. Hombre valiente y justo. Un hombre de RAZA.

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